Cornejo, el converso de la casta: de la ONU al anarco-capitalismo

Alfredo Cornejo abrazó la Agenda 2030, defendió el relato K sobre los desaparecidos y fue parte del “radicalismo socialdemócrata”. Hoy, se alía con Javier Milei, a quien antes acusaba de autoritario y antidemocrático. ¿Convicciones o conveniencia?

Pocos políticos encarnan mejor la elasticidad ideológica argentina que Alfredo Cornejo, actual gobernador de Mendoza y figura clave del radicalismo nacional. Exponente clásico del “radicalismo moderno”, Cornejo ha construido su carrera entre discursos de progresismo controlado, fotos con organismos internacionales y un alineamiento constante con los mandatos de la Agenda 2030, que promueve el ambientalismo globalista, el lenguaje inclusivo, la perspectiva de género y un rol cada vez más intervencionista del Estado.

Durante años, Cornejo fue un férreo defensor del relato tradicional sobre los derechos humanos en Argentina, en línea con la visión del kirchnerismo: 30.000 desaparecidos, memoria unidireccional, y un silencio cómplice sobre la violencia de los 70. Su partido, la UCR, votó sistemáticamente a favor de leyes vinculadas a la ingeniería social del progresismo global: aborto legal, cupo trans, ideología de género en las escuelas, entre otras.

En el plano económico, Cornejo tampoco fue nunca un liberal. Como gobernador entre 2015 y 2019, dejó una provincia con presión fiscal alta, dependencia crónica del Estado, y sin reformas estructurales que incentivaran al sector privado. Fue, en los hechos, un socialista de traje, disfrazado de gestor eficiente.

¿Y ahora? Ahora es socio de Javier Milei.

Sí, el mismo Milei que acusa a la UCR de “socialistas cobardes”, que niega el número de 30.000 desaparecidos, que considera a la Agenda 2030 una “agenda comunista de control poblacional”, y que ve en los radicales una casta degenerada que destruyó la Argentina.

La alianza entre La Libertad Avanza y Cambia Mendoza no es solo un acuerdo electoral: es una contradicción moral. Para Milei, significa pactar con los que juró destruir. Para Cornejo, implica una conversión oportunista al mileísmo, después de haber sido su opositor más duro en el Congreso y en los medios.

Basta recordar que en 2022, Cornejo decía que “Milei es un riesgo para la democracia” y lo comparaba con líderes autoritarios. Hoy, posa con sus enviados, elogia sus reformas y hasta impulsa listas comunes.

¿Qué cambió? Nada, salvo el poder.

Este giro revela lo que muchos ya sabían: Cornejo no tiene convicciones firmes, solo una obsesión por seguir en el centro del poder, sin importar con quién ni a qué costo. Hoy juega de liberal; mañana, si el clima cambia, volverá a hablar de justicia social, género y sostenibilidad.

Lo que queda dañado no es solo la imagen de Milei por pactar con un operador del sistema, sino también la credibilidad de todo un sector que creía en el discurso de “dinamitar la casta”. Si esa casta ahora incluye a Cornejo, es momento de preguntarse quién dinamita a quién.


Cornejo es el político perfecto para los tiempos de cinismo: se adapta, negocia y sobrevive. Pero en el proceso, arrastra consigo la coherencia, la ideología y cualquier vestigio de integridad. Y si Milei lo acepta como socio, quizás el problema no era solo la casta… sino quién dice combatirla.

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